Francisco de Cuéllar "La Carta"

(De la villa de Anvers, 4 de Octubre de 1589 año)


Parte 5

Y fui caminando por montañas y partes despobladas con harto trabajo, como Dios lo sabe, y al cabo de veinte dias que caminaba vine á parar á unas tierras donde se perdieron Alonso de Leyva y el Conde de Paredes y D. Tomas de Granvela y otros muchos caballeros, que seria menester una mano de papel para dar cuenta dellos, y allí anduve por las chozas de algunos salvajes que allí había, que me contaron lástimas grandes de las gentes nuestras que allí se ahogaron, y me mostraban muchas preseas y cosas ricas de ellos, de lo que yo recibía grande pena y mayor de que no hallaría en que me poder embarcar para ir al reino de Escocia, hasta que un día me dieron noticia de una tierra de un salvaje, que se llamaba el príncipe O'Cahan, en la cual había unas charrúas que estaban de camino para Escocia, y caminé para allá arrastrando, que no podía menearme por una herida que tenía en una pierna, y como me iba la salvación, puse todo el que tuve en andar, y por presto que llegué, había dos dias que eran partidas las charrúas, que no fué para mí poca tristeza, porque estaba en muy ruin tierra y de enemigos, porque había muchos ingleses alojados en este puerto y cada día venían á estar con O'Cahan. A este tiempo me cargó gran dolor en la pierna, de suerte que en ninguna manera me podía tener sobre ella, y avisáronme que me guardase, que había muchos ingleses allí y me harían grande mal si me cogían, como habían hecho á otros españoles, y especialmente si sabian quien yo era.

Yo no sabía que me hacer, porque yo me habían dejado los soldados que venían conmigo y se habian ido á otro puerto más adelante á buscar embaracion, y como me vían solo y enfermo, unas mujeres se dolieron de mí y me llevaron á unas casinas que tenia en la montaña, y allí me tuvieron más de mes y medio muy guardado y me curaron de suerte que no me cerró la henda, y yo me vi en buena disposición para venir al casar de Ocan O'Cahan y hablarle, y no me quiso oir ni ver, porque decían que había dado la palabra al gran gobernador de la Reina de no tener en su tierra ningún español ni dejarle andar en ella.

En esto los ingleses que estaban alojados habían caminado para entrar en una tierra y tomarla y había ido con ellos O'Cahan y toda su gente de guerra, de suerte que se podia andar librementente en la villa, que era de casas pajizas, y allí había unas mozas muy hermosas, con las cuales yo tenía mucha amistad, y entraba en sus casas algunos ratos á conversación y parlar, sino cuando una tarde estando yo allá entran dos manebos ingleses que el uno era sargento y tenía noticia, de mí por el nombre, mas no me había visto, y como se hubieron sentado me preguntaron si yo era español y qué hacia allí; yo les dije que sí y que era, de los soldados de D. Alonso de Luçon que habia remidióse los días pasados á ellos, y que por estar malo de una pierna no me había podido ir de aquella tierra, que allí estaba para los servir y hacer lo que me quisieren mandar. Dijéronme que los esperase un poco, que me había de ir con ellos á la villa de Dublin donde había muchos españoles principales en prisión: yo dije que no podía caminar ni ir con ellos, y enviaron á buscar un caballo para llevarme: yo les dije que era muy contento de hacer su gusto y ir con ellos: con esto se aseguraron y empezaron á retozar con las mozas. Su madre de ellas me hizo señas que me saliese por la puerta, y lo hice con mucha presteza, y fui saltando barrancos y me metí por unos zarzales muy espesos y anduve por ellos hasta perderse de vista el castillo de O'Cahan.

Y seguí ese camino hasta que quería anochecer, que me llevó á una laguna muy grande, y á la orilla della vi andar ganado de vacas, á las cuales me fui acercando para ver si había alguna persona que me dijese donde estaba, sino cuando veo venir dos mozos salvajes que venían á recoger sus vacas y llevarlas á lo alto de la montaña, donde estaban recogidos ellos y sus padres con temor de los ingleses, y allí me estuve con ellos dos dias, que me hicieron harta cortesía, y fué necesario ir el uno destos mozos á la villa del príncipe de O'Cahan á ver qué nuevas ó qué rumor había, y vio allí los dos ingleses que andaban rabiando en mi busca, que ya les habían dado noticia de mí y no pasaba persona á quien no preguntasen si me habían visto. El mozo fué tan buen hombre que en sabiendo esto se volvió para su choza y me avisó de lo que pasaba, de suerte que me fué forzado salir de allí muy de mañana y caminar en busca de un Obispo que estaba siete leguas de allí en un castillo donde le tenían ahuyentado y retirado los ingleses, el cual Obispo era muy buen cristiano; andaba en hábito de salvaje por ser encubierto.
>br> Y prometo á V. m. que no pude tener las lágrimas cuando llegué á él á besarle la mano: tenía doce españoles consigo para los hacer pasar en Escocia, y con mi venida se holgó mucho, y más cuando le dijeron los soldados que yo era capitán: hízome seis dias que estuve con él toda cortesía que pudo y mandó que viniese una barca con todos aderezos para que nos pasase á Escocia, que en dos dias se va ordinariamente: diónos bastimentos para la mar y díjonos misa en el castillo y habló conmigo en algunas cosas tocantes á la pérdida del reino y como la Magestad les asistía, y que él habia de venir á España, lo más presto que pudiese, en desembarcándome en Escocia donde me avisó viviese con mucha paciencia, pues todos en general eran luteranos y muy pocos católicos. Llámase el Obispo D. Reimundo Termi, honrado y justo hombre: Dios lo tenga de su mano y le libre de sus enemigos.

Aquel mesmo dia á la que amanecía me fuí á la mar en una pobre barca en la que ibamos 18 personas, y el mismo dia nos dió viento contrario y nos fué forzoso ir corriendo en popa, á Dios misericordia, la vuelta de Setelanda, donde [...] sobre la tierra, la barca casi anegada y rota la vela mayor. Salimos en tierra á dar gracias á Dios por las mercedes que nos habia hecho en aportarnos allí con la vida, y de ahí á dos dias con buen tiempo partimos la vuelta de Escocia, donde llegamos en tres dias, no sin peligro por la mucha agua que la triste ha rea, hacía, bendito sea Dios que nos sacó de tantos trabajos y tan grandes y me trujo á tierra donde puede ser halle más remedio.

Que allí decían que acogia el rey de Escocia á todos los españoles que á su reino aportaban, vestía y daba embarcacion para que se fuesen á España, y todo era al reves, pues no hizo bien á ninguno ni dió un real de limosna, pasando la mayor necesidad los que á aquel reino vinimos, en el que estuvimos más de seis meses desnudos, así como nos vinimos de Irlanda y de otras partes que allí acudian á buscar su remedio y viaje para España, antes creo que estaba muy persuadido por parte de la reina de Inglaterra para que nos entregase á ella, y sino acudieran los Señores y Condes Católicos de aquel reino, que los hay muchos y muy grandes caballeros, á favorecernos y hablar por nosotros al Rey y en los Consejos que sobre esto se hicieron, sin duda fuéramos vendidos y entregados á los ingleses, porque el Rey de Escocia no es nada ni tiene autoridad ni talle de Rey y no se mueve un paso ni come un bocado que no sea por orden de la Reina, y así hay grandes disensiones entre los señores y no le tienen buena voluntad y desean verle acabado y la majestad del rey nuestro señor en él y que ponga en pié la iglesia de Dios que tan destruida allí está, y esto nos decían ellos muchas veces casi llorando, que cuando había de ser el dia que lo verían, que esperaban en Dios que sería presto, y como digo, estos Señores nos sustentaron todo el tiempo que allí estuvimos y nos dieron muchas limosnas y hicieron mucho bien, doliéndose de nuestros trabajos con mucha tristeza, rogándonos hubiésemos paciencia y buen sufrimiento con el pueblo que nos llamaba idólatras y malos cristianos y nos decían mil herejías, y si alguno respondia algo cargaban sobre él á matallo y no podía vivir ni estar en tan mal reino y con tan mal rey [...]

Se envió un espreso al Sr. Duque de Parma [...] de los cuales se dolió Su Alteza como piadoso príncipe, y con gran diligencia procuró nuestro remedid [...] al Rey pura que nos dejase salir libres de su reino, y á los católicos y amigos grande agradecimiento de parto de S. M., con cartas suyas muy amistosas.

Estaba un mercader escoces en Flándes que se ofreció y convino con Su Alteza que vendría á Escocia por nosotros y nos embarcaria en cuatro bajeles con los bastimentos que fuere menester y que nos traería á Flándes dándole S. A. á cinco ducados por cada español de los que trújese á Flándes. Fué hecho con él el concierto y fué por nosotros, y sin armas y desnudos como nos halló nos embarcó y trujo por los puertos de la reina de Inglaterra, los cuales nos aseguraron el paso de todas las armadas y navios de su reino, todo falso, porque tenían hecho el trato con los navios de Olanda y Gelanda para que saliesen á la mar y nos aguardasen en la misma barra de Dunquerquey allí nos pasasen á cuchillo sin que quedara uno, lo que los holandeses hicieron según que les fué mandado, que nos estuviesen aguardando mes y medio en el dicho puerto de Dunquerque, y allí si Dios no nos remediara á todos nos cogían.

Quiso Dios que de cuatro bajeles en que veníamos, se escaparon los dos y embistieron en tierra donde se rompieron é hicieron pedazos, y el enemigo viendo el remedio que tomábamos nos dio una buena carga de artillería, de suerte que nos fué forzoso echarnos á nado y pensamos acabar allí. Del puerto de Dunquerque no nos podian socorrer con las barcas, pues el enemigo las cañoneaba vivamente; por otra parte había mucha mar y viento, de suerte que nos vimos en grandísimo aprieto de perdernos todos; con todo nos echamos á nado sobre maderos y ahogáronse algunos soldados y un capitán escoces.

Yo salí en tierra en camisa sin otro género de ropa y me vinieron á socorrer unos soldados de Medina que allí estaban. Fué lástima vernos entrar en la villa otra vez desnudos en carnes y por otra parte veiamos como á nuestros ojos estaban haciendo mil pedazos los holandeses á 270 españoles que venían en la nao que allí en Dunquerque nos tomaron sin que dejasen con vida á más de tres, lo cual ya ellos van pagando, pues han degollado más de 400 holandeses que han cogido después acá.

Esto he querido escribir á V. m.

De la villa de Anvers, 4 de Octubre de 1589 año.
Francisco de Cuéllar.